Historias del alma (I)


Tu terracita.
Tu terracita y la cerveza artesanal del bar de la esquina,
La luz tenue de los farolitos te ilumina la cara.
Pienso, “Hace rato no nos veíamos ¿no?”
Y me sonreís, como si me hubieses leído la mente.

Lo conocí en una noche de Mar del Plata. Yo bajaba del ascensor para ir a la peatonal y, antes de encontrarme con toda su corporeidad, me encontré con sus ojos. Eran de un color miel que nunca había visto. “Ojalá así de dulce sea su boca” pensé.
La cuestión con él es que nos miramos mucho. Nos miramos mucho tiempo antes de emitir palabra. Yo bajaba del ascensor del edificio y él siempre estaba ahí. No era necesario decir nada.. con sonreírnos lo decíamos todo.
El día que me habló y que concretamos nuestro encuentro fue una de las cosas más soñadas que me pasaron. Anduvimos por lugares que yo no conocía y nos dimos esos besos que le das al pibe que no estas segura que te vas a volver a cruzar en tu vida. Así. Apasionados y llenos de profundidad.
Con él me enojé mucho también. Luego de que él se fuera, y a lo largo de los años, tuvimos percances, otras parejas, otras búsquedas, desencuentros, promesas incumplidas. Cuando creces te das cuenta que el amor a distancia es un berretin de la adolescencia y que las novelas te hacen creer que sí, que se puede. Pero ninguno de los dos pudo y supimos entenderlo.
Siempre pensé que nuestro vinculo es y fue como al principio. Sin decir mucho y hablando con la mirada. No tuvimos contacto por años, sin embargo, sé que los dos estuvimos festejando los logros del otro y acompañando esos mensajes de tristeza o enojo que aparecían en las redes sociales. Ganamos confianza entre nosotros en silencio. Y es por eso que aseguro que cada vez que volvemos a encontrarnos es como esa primera vez. En esos encuentros nos admitimos todo. Por unos instantes volvemos a ser esos adolescentes que se miraron por días sin decir ni una palabra.
Recuerdo la última vez que nos vimos. El vino a mi ciudad a trabajar unos días y yo no podía desaprovechar la oportunidad. Fuimos a la terracita. Toda la noche nos sentí grandes y llenos de proyectos. Hablamos de la familia, de los amores perdidos y encontrados, de esa noche en Mar del Plata, de política, de viajes y de trabajo. Nos encontramos soñando juntos un viaje a Uruguay donde podamos tomar mate por la calle y nadie conozca nuestra tragicómica historia. Luego nos fuimos... y nos convertimos en aquellos seres deseosos del reencuentro. 

Afirmo, junto a vos, donde sea que estés, que en nuestras vidas no alcanzará el tiempo ni el espacio para recuperar el tiempo perdido.

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