Desperté.
Tu talón chocaba con el mio.
Al instante me di cuenta que no estaba durmiendo sola.
Ahuyente todas las posibilidades y razones porque decidí esperar a que despiertes.
Te despertaste.
Tu brazo izquierdo abrazo una parte de mi cuerpo que terminó pegado al tuyo cuando te desperezaste.
¿Qué habrá hecho de nosotros la luna mientras dormíamos?
“A mi me gusta dormir sola” lancé.
Ni siquiera me miraste cuando te levantaste de la cama y, mientras te vestías, mordías tu labio inferior como quien busca en el silencio el consuelo para no estallar.
Cerraste la puerta y te fuiste.
Me quede sola.
Ahí entendí que, si bien amar es buscar la comodidad del otro, también es saber irse a tiempo.

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