El otro día Pocha trajo un cajón de manzanas de la feria. Maria había vendido todos menos ese y decidió regalárselo porque siempre la ayuda a levantar el puestito de la feria los domingos a la mañana y le ceba mates los sábados antes de que caiga el sol. Cuando llamo al polaco, su nieto, para que la ayude a llevárselo, el exhaló “para que queres tanta manzana vieja, seguro la mayoría están podridas”. Pocha lo callo con un golpe en la nuca. Polaco era el único nieto que ella tenía, “un malandra”, así le decía. Aun así, quizás él sea la única persona que siempre atienda el teléfono cuando ella necesite a alguien que le cargue un cajón de manzanas. Fueron los dos silbando bajito, caminando hacia la casita humilde donde vivían. El día anterior había llovido, la calle de tierra estaba imposible de caminar, pero nada impidió que lleguen a destino.
Pocha al entrar puso la pava en la única hornalla que tiene, y saco los bizcochitos que le compra a don Juan todos los viernes. “Mientras se calienta el agua para el mate mira un poco esas manzanas” lanzó a su nieto con autoridad. Él, entre quejas mudas, lo hizo. Al terminar, asombrado, le dijo: “Pocha, una sola nomas está podrida.” Ella le contesto: “Viste, no confiaste en mis manzanas, una sola estaba podrida, y aquella no contamina el cajón”.

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